domingo, 11 de enero de 2015

Soledad, un pasatiempo



Tres cortes habían sido marcados en su piel. Ardían como cuando el Sol quema a mediodía. Aquellos rasguños representaban cada uno de los errores que ha cometido, y su madre se encargaba de recordárselos.

La pobrecilla era afortunada de no sufrir un trastorno más grave. Durante estos dos último años ha cargado con el peso de sus malas faltas y el arrepentimiento sin perdón alguno. Ella sabía que no sería perdonada, pero tampoco merecía ser sacrificada cada vez más por sus errores.

Tenía la madre más incomprensible de la tierra. Su hermano no era excepción. Le recordaban en cada oportunidad sus pecados y gozaban verla llorar. Cada quien es humano y comete faltas. Algunos cometen aquellas que no pueden ser limpiadas por nadie.

Su alma gritaba de dolor. Sentía que este mundo no era para ella, que no podía vivir en él.

Aquella mujer era irremediablemente una descarada, insoportable, no era una madre para ella. Cuando lloraba solo fingía, eso siempre ella lo supo. Se burlaba del dolor de su hija, haciéndola sentir como la basura más inútil que haya existido jamás. Le hacía creer a los demás que su 'pequeña' era lo más importante en su vida y que esperaba que su esfuerzo por criarla haya valido la pena y el tiempo. No era así. Se encargaba de mencionarle que había desperdiciado su valioso tiempo en ella, aquella imperfecta niña que solo estaba empezando a vivir.

La escuchó llorar. ¿Quién estará creyendo aquellas mentiras elaboradas con irracionalidad? Que importaba eso. Nadie creía en esa chica. Estaba sola en el mundo, nadie la apoyaba.

La había criado en una burbuja lejos del mundo. Nunca le aconsejó lo codicioso y aprovechado que es el exterior. Cuando por fin pudo salir de esa esfera se percató de un mundo totalmente diferente. Y fue en ese entonces donde ocurrió. Aquellas desgracias comenzaron a relucir.

A veces salía para despejar su mente. Pero, ni de su vida es dueña. Vivía controlada por ella. No tenía derechos a visitar a nadie. Y si permanecía en casa, encerrada en su habitación, era lo mismo, reproches por doquier.

Vivía con las ganas de desaparecer lejos, pero eso no podía suceder. Pensaba en su padre, alguien poco amoroso pero a la vez a quien le debe la vida y lo que es. Su propósito es devolver eso a su padre algún día, hacerlo sentir orgulloso del esfuerzo puesto en su hija. Solo eso la hacía recapacitar y daba fuerzas en sus momentos de dolor y vacío.

Aún así estaba sola. No contaba con alguien que le diera un abrazo sincero, que le dijera que todo estaría bien. Nadie la mimaba, nadie la quería. Se sentía sola y humillada, desperdiciando la etapa más bonita que el ser humano puede vivir, su juventud.

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